Hoy en día usamos el término "paciente" para referirnos al enfermo, o no, que va a visitar al doctor o se encuentra hospitalizado, pero apenas nos detenemos a pensar que tal adjetivo sustantivado se adhiere al concepto de que debemos ser pacientes con los médicos, sobre todo con los de cabecera, pues cuántas veces nos hemos quejado de que te dan cita para las 10:15h y hasta las 12:30h no has podido entrar en la consulta para que te mire la garganta y te mande un jarabe que podrías haber comprado directamente en la farmacia y ahorrarte unas dos horas de espera. En el ambulatorio que me corresponde dan cita a los pacientes cada tres minutos, es decir, en tres minutos el médico de cabecera debe atenderte, examinarte, interrogarte, recetarte y pedirte que avises al siguiente. A primera vista parece que con ese tiempo sobra, pero a mí nunca me ha pasado que los que han entrado antes que yo estuvieran tres minutos o menos, sino mucho más, pues no se sabe si el que ha llamado para pedir cita sólo quiere que el doctor le pase algunas recetas médicas o le examine detenidamente una gripe bestial con convulsiones. Ya de por sí deberían poner un tiempo por paciente más real, unos siete u ocho minutos por cada uno de ellos, para ir con más calma y detectar bien qué es lo que tiene el paciente.
En dicho centro de salud tenemos una doctora que ha revolucionado este sistema; sin embargo, no es consciente de que ni un extremo ni otro son apropiados para los pobres pacientes. Su idea es que debes pedir cita para cada pregunta que quieras hacerle, esto es, si te duele la garganta y además tienes congestión nasal debes pedir cita para ambos síntomas. Parece increíble pero es cierto.
Mi madre, además de ser de tensión muy alta, padece de asma y no puede subir escaleras, ya que tras cinco peldaños se queda sin aire y debe sacarse su inhalador. Fue hace un par de meses, que no pude acompañarla (porca casualidad), se estropeó el ascensor del centro, y tuvo que subir ella sola el piso y medio que dista de la planta baja a aquella donde se encuentra la consulta de dicha doctora. Era la primera vez que iba a ser atendida por esta señora, y se admiró mi madre de ver que en la sala de espera tan sólo había un anciano, el cual entró antes que mi madre. Más le sorprendió ver que, tras un abrir y cerrar de ojos, el hombre ya estaba fuera y pronunció el nombre de mi progenitora. Cuando entró y se dispuso a pedirle que le pasara la receta de los medicamentos que toma para el asma la mujer se enervó y le gritó que cómo esperaba que le recetase tantas pastillas en una misma consulta. Mi madre, entre las escaleras que tuvo que subir y el sobresalto de la doctora se puso tan nerviosa que le empezó a subir la tensión (otro motivo por el que debe medicarse), y la exhortó a que bajara a información y pidiera una cita por cada receta que quería que le pasase. No le dejó siquiera decirle que el ascensor estaba estropeado y que le cuesta recorrer el mismo camino de peldaños una vez más. Bajó, llegó apenas con aire, pidió las citas, no para ella sola, pues eso no estaba permitido, por lo que añadió el nombre de mi padre y su prole. Volvió a subir las escaleras, deteniéndose cada cierto número de peldaños y ayudándose del pasamanos. Una vez arriba, inhaló oxígeno y entró en la consulta. Esta vez la doctora sí que le recetó lo que mi madre necesitaba, un medicamento por cita. Lo peor de todo es que mi madre se alteró tanto por las escaleras que tuvo que subir y bajar y por el trato que le dio esta mujer que cuando llegó de nuevo a la planta baja unas enfermeras tuvieron que ayudarla porque, ahora sí, se había quedado sin oxígeno. Nos llamaron desde urgencias y fuimos para allá a recogerla, donde la tenían con la mascarilla puesta para darle oxígeno. No es de extrañar ahora por qué esta doctora apenas tiene pacientes a los que recetar y, de vez en cuando, perturbar.
Creo yo que para ser médico de cabecera no basta con sacarse una carrera y hacer unas cuantas prácticas, sino que debería saber tratar con los pacientes, pues mi madre no merecía un trato tan brusco y despreciable como el que le dio ésa, quien tiene su puesto asegurado y nada se puede hacer para enmendar el daño que le ocasionó a la mujer que me dio la vida.
En dicho centro de salud tenemos una doctora que ha revolucionado este sistema; sin embargo, no es consciente de que ni un extremo ni otro son apropiados para los pobres pacientes. Su idea es que debes pedir cita para cada pregunta que quieras hacerle, esto es, si te duele la garganta y además tienes congestión nasal debes pedir cita para ambos síntomas. Parece increíble pero es cierto.
Mi madre, además de ser de tensión muy alta, padece de asma y no puede subir escaleras, ya que tras cinco peldaños se queda sin aire y debe sacarse su inhalador. Fue hace un par de meses, que no pude acompañarla (porca casualidad), se estropeó el ascensor del centro, y tuvo que subir ella sola el piso y medio que dista de la planta baja a aquella donde se encuentra la consulta de dicha doctora. Era la primera vez que iba a ser atendida por esta señora, y se admiró mi madre de ver que en la sala de espera tan sólo había un anciano, el cual entró antes que mi madre. Más le sorprendió ver que, tras un abrir y cerrar de ojos, el hombre ya estaba fuera y pronunció el nombre de mi progenitora. Cuando entró y se dispuso a pedirle que le pasara la receta de los medicamentos que toma para el asma la mujer se enervó y le gritó que cómo esperaba que le recetase tantas pastillas en una misma consulta. Mi madre, entre las escaleras que tuvo que subir y el sobresalto de la doctora se puso tan nerviosa que le empezó a subir la tensión (otro motivo por el que debe medicarse), y la exhortó a que bajara a información y pidiera una cita por cada receta que quería que le pasase. No le dejó siquiera decirle que el ascensor estaba estropeado y que le cuesta recorrer el mismo camino de peldaños una vez más. Bajó, llegó apenas con aire, pidió las citas, no para ella sola, pues eso no estaba permitido, por lo que añadió el nombre de mi padre y su prole. Volvió a subir las escaleras, deteniéndose cada cierto número de peldaños y ayudándose del pasamanos. Una vez arriba, inhaló oxígeno y entró en la consulta. Esta vez la doctora sí que le recetó lo que mi madre necesitaba, un medicamento por cita. Lo peor de todo es que mi madre se alteró tanto por las escaleras que tuvo que subir y bajar y por el trato que le dio esta mujer que cuando llegó de nuevo a la planta baja unas enfermeras tuvieron que ayudarla porque, ahora sí, se había quedado sin oxígeno. Nos llamaron desde urgencias y fuimos para allá a recogerla, donde la tenían con la mascarilla puesta para darle oxígeno. No es de extrañar ahora por qué esta doctora apenas tiene pacientes a los que recetar y, de vez en cuando, perturbar.
Creo yo que para ser médico de cabecera no basta con sacarse una carrera y hacer unas cuantas prácticas, sino que debería saber tratar con los pacientes, pues mi madre no merecía un trato tan brusco y despreciable como el que le dio ésa, quien tiene su puesto asegurado y nada se puede hacer para enmendar el daño que le ocasionó a la mujer que me dio la vida.
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