Ya comenté en cierta ocasión lo seguidora que soy del patinaje sobre hielo, y quizá por eso me guste también el ballet. He ido a varias representaciones de este clásico arte de la danza, pero ninguno como el de ayer, pues no tiene nada que ver con Tchaikovsky ni con Jolivet, sino que era relativamente moderno, concretamente, "Zorba el Griego", la genial obra de Nikos Kazantzakis y grandiosamente llevada al cine en 1964 de la mano de Mihalis Kakogiannis, cuyo papel principal estuvo representado por el majestuoso Anthony Quinn (me quito el sombrero), sin olvidar a la maravillosa Irene Papas.
Por si alguien no tiene ni idea de qué va la novela le resumiré un poquito la trama: Un joven escritor inglés llamado Basil hereda unas propiedades en Grecia, en cuya estancia conoce a Alexis Zorbas, un griego apasionado por vivir cada instante, quien se hace amigo del inglés y le enseña lo bello que es vivir y celebrar cada día que amanece este don de la naturaleza; Basil no tardará en darse cuenta de la vida tan insulsa que ha estado llevando hasta ese momento. Muy famoso es el lema de Zorbas, el cual se puede ver en muchas camisetas cuando vamos a Grecia (yo tengo una, jejeje): Δεν ελπίζω τίποτα. Δε φοβούμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος => No espero nada. No temo a nada. Soy libre. Si alguien no ha visto la película o no ha leído la novela se lo recomiendo cien por cien. Ya hablaré de ella otro día.
Volviendo al ballet de la Ópera de El Cairo, que de eso trata esta entrada, tan apasionada como soy por la cultura helénica no podía dejar de ir a ver esta representación, aun sin conocer para nada dicho equipo. Según el programa que nos dieron a la entrada (el de la foto), esta compañía fue fundada en 1966 y asociada al Alto Instituto de Ballet afiliado a la Academia de las Artes, formado por profesores rusos. Desde 1973 sus integrantes han hecho representaciones fuera de Egipto, desde Rusia y Croacia hasta Corea y China. En 1991 el Ballet de la Ópera de El Cairo se integró en el Centro de Cultura Nacional, dirigido por Abdel Moneim Kamel, quien hizo su propia versión de títulos como "Romeo y Julieta", "Carmina Burana", "Cascanueces", etc., y, entre ellos, "Zorba el griego". Desde 2004 la rubísima Erminia Gambarelli Kamel fue designada directora artística de la compañía.
Hablando un poco de la obra en sí, fue estrenada por primera vez como ballet en el Εθνική Λυρική Σκηνή de Atenas en 1976, sirviéndose de la celebérrima melodía de la película, compuesta por el maestro Mikis Theodorakis. En 1986 la Ópera de Verona pidió al compositor una música adaptada para una versión de ballet basada en la película original. Theodorakis compuso la música para orquesta, dos bouzoukis, mezzo-soprano y coro mixto. La primera representación fue dirigida por el propio Theodorakis, en el Arena de Verona, en agosto de 1988. No tardó en ser llevado este ballet a los escenarios de todo el mundo.
Y ahora vamos con la representación que vi yo: la impresión que me llevé coincidió con la de mi pareja. No somos grandes expertos en ballet, un ojo clínico no se puede comparar al de unos simples aficionados como nosotros. No obstante, la falta de trabajo y preparación fue notablemente alarmista. A pesar de que el panfleto haya querido poner por las nubes una compañía como la que nos atañe no quiere decir que sean grandiosos a la hora de escenificar una obra que, considero, llevan mucho, muchísimo tiempo ensayando, pero que, aun así, el fruto les ha salido corrompido. Para empezar, intentan sorprenderte con que hay cuarenta bailarines en escena... Yo conté treinta y cinco. Esto es para ser ya muy tiquismiquis. Pero la verdad es que, ya desde la primera escena del primer acto se vio un grupo muy desacompasado; eran unos diecisiete bailarines, y eso es lo que vimos, diecisiete bailarines, cada uno a su aire, de manera que si coincidían sincrónicamente en los movimientos debió ser por pura casualidad. Luego llegaron doce bailarinas, que en un principio poco se movían (pues así lo requería la escena), pero luego tres de ellas se quedaron en las nubes y siguieron igual de sosegadas, quizá desganadas, pues no tenían gracia ninguna para mover los brazos y el resto del cuerpo, y así siguieron el resto de la obra, dos largos actos en veintidós escenas.
Pero eso no es todo; hubo un momento en que dieciséis bailarines se dividieron en dos grupos, y cada uno de ellos, a su vez, en su mitad, y cada grupo de cuatro debía estar unido a la manera de un sirtaki (esto es, uno al lado del otro y, con el brazo estirado, coger con una mano el hombro contrario del compañero de al lado, así con ambos brazos alargados), pero hubo un grupo que no calculó bien y, conforme iban bailando, no conseguían entrelazar sus brazos, y se veían desesperados por ver que o uno iba muy rápido o el otro iba muy lento; total, que no lograron el efecto que se esperaba.
Se puede achacar cada uno de estos fallos a que son muchos para bailar sincrónicamente y que parezcan uno solo bailando, lo cual es el objetivo en estos casos. Pero si vemos los dúos entre Basil (aquí lo llaman John) y Zorba, o aquél con Marina, la protagonista, vemos que efectivamente son fallos fácilmente corregibles con un poco más de esfuerzo y dedicación. Por cierto que dicho dúo mixto tuvo una escena larguísima, cansina y aburrida, se me hizo eterna, pues la coreografía se me presentaba repetida y monótona. Por no hablar de Zorba, que me daba la impresión de que cada vez que salía al escenario era para hacer exactamente los mismos pasos una y otra vez.
Sí que hubo una escena que me gustó mucho, y es cuando Zorba se rodea de bailarinas moras, con un baile simpático y que tampoco requería excesiva dedicación, pues tan sólo había que formar un círculo y girar al ritmo de la musiquilla. Por cierto que la música era de CD, no tocaban en directo, lo cual se agradece, pues hubiera encarecido considerablemente el precio de la entrada.
Por otra parte, no fue hasta el último momento, en la última escena, que salió la más famosa melodía de la obra, el célebre sirtaki de Zorba, y fue ahí donde se unieron todos los bailarines para dar punto y final al ballet. Pero fue un final algo extraño, pues no parecía un final. He de decir que entre escena y escena había unos segundos de silencio, la mayoría de las veces con un notable cambio de luz, y teníamos cerca a alguien ansioso por aplaudir, pues parecía que era la primera vez que iba a una representación de este estilo y aplaudía con ganas siempre que acababa una escena. Al principio hace gracia, pero luego se volvió cansino, como los dos o tres móviles que sonaron durante la representación (odio a la gente que pone horribles melodías para estropear el ballet, la película o cualquier cosa por la que has pagado no poco y te la estropean queriendo lucir su nuevo politono). Pero tanto que le gustaba aplaudir, en el final no lo hizo, nos quedamos todos un poco anonadados, hasta que dicho personaje dijo de aplaudir y entonces aplaudimos todos, y los bailarines se inclinaban hacia adelante en agradecimiento a algún que otro "¡Bravo!" que alguien dejaba escapar. Yo hubiera esperado algo en plan "¡Pom póm!", una señal de que hasta ahí llegó la obra. Entre aplausos y gritos de júbilo varios, sacaron a escena a Gambarelli, quien saludó al público y en seguida se retiró del escenario, y mientras el público seguía aplaudiendo.
Los bailarines se veían cansadísimos, muy agotados, pues habían sido dos horas de baile con un pequeño descanso de unos quince minutos. Pero aun así nos quisieron dedicar tres bises. Uno podría pensar: "¡Ah, qué detalle! ¡Ni más ni menos que tres bises!" Esto estaría bien si no fuera porque los tres bises eran de algo que acabábamos de ver: el famoso sirtaki. ¡Lo escuchamos cuatro veces seguidas! Y con el mismo baile. Si querían dedicarnos tres bises, que hubieran cogido tres escenas diferentes, pero, por favor, repetir tres veces la última escena, la misma música y el mismo baile, se hace pesado. Y a mí me encanta el sirtaki, pero exactamente lo mismo me cansa. Bueno, no fue exactamente igual, pues en el segundo bis Zorba, que estaba agotado, se cayó, aunque se levantó en seguida. La gente aplaudió en plan: "No pasa nada, hombre, que lo has hecho muy bien". Pero ya en el último bis se limitó a andar lentamente por el escenario con la mano levantada hacia el público pidiendo un último aplauso a los bailarines, hizo un pirueta y ahí terminó todo. Sabiendo que los bailarines acaban tan cansados, ¿cómo les piden dar más piruetas y además con la misma escena una y otra vez?
Si unos aficionados como nosotros hemos visto tantos fallos, no quiero ni pensar qué dirían expertos como Nacho Duato o Tatiana Stepanova. En fin, una excusa para salir de casa que terminó con alguna que otra decepción.
Puntuación: 4/10.